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Opinión

Opinión: Encontrar un significado común en el 500º aniversario de la llegada de España a Filipinas

Escritor de opinión invitado

Este artículo está disponible en inglés.

El 500° aniversario de la llegada de los europeos a Filipinas el 16 de marzo de 2021 significa distintas cosas para diferentes países y sus respectivos pueblos. Para España, la expedición en 1518 significó una celebración del papel que desempeñó en las maravillas de las ciencias náuticas, su asombrosa visión de alcanzar tierras anteriormente desconocidas, y el comienzo de un glorioso imperio que perduró durante cuatro siglos.

Para Filipinas, el primer contacto supuso el inicio de su apertura al resto del mundo y, sea o no intencional, él impulso a la eventual formación de nacionalismo — una consecuencia común de imperialismo — y el principio de su camino hacia el proceso de consolidación nacional.

Para el resto del mundo, como algunos sostienen, se trata, sin duda, de un hito fundamental en la historia de la globalización y, posteriormente, el impulso del intercambio de las culturas, ideas, tecnologías, entre otros, a niveles sin precedentes.

No es de extrañar que la eventual desconexión en la narrativa sobre la llegada de los españoles al país se desarrollara a medida que cada país narrador construía su identidad nacional. Determinados eventos son destacados por los narradores y difundidos a sus respectivos públicos locales. Un ejemplo de esto es la marcada diferencia en la narración de la historia de la muerte de Fernando de Magallanes. Antonio Pigafetta, el erudito italiano que mantuvo un diario detallado de los acontecimientos ocurridos durante la expedición, escribió sobre cómo Magallanes fue asediado por nativos en Cebú mientras intentaba ayudar a un gobernante local recientemente catolizado a convertir a otros gobernantes al catolicismo. Magallanes creía que su despliegue de fuerza convencería a los jefes de convertirse a la fe católica. Esa decisión fatídica y su cálculo erróneo de las fuerzas enemigas, encabezadas por Lapulapu, resultaron en su muerte cuando fue golpeado en la cara por un guerrero de Mactán con una cimitarra local consecuentemente, la retirada de los barcos españoles de Cebú.

Cuarenta y cuatro años después, España volvería para establecer con éxito su primer asentamiento en las islas, pero aquel primer encuentro en 1521 estuvo marcado por la resistencia indígena. Pocos materiales de lectura en español hacen mención de cómo murió Magallanes. Un libro sobre historia española encontrado en una tienda de recuerdos de un museo popular en Madrid, por ejemplo, señala que “falleció en el camino”, y muchas veces si se le pregunta a un español qué sabe sobre la muerte de Magallanes,

diría que, tal como se enseñó en el colegio, murió de una flecha envenenada. El énfasis en el veneno — a menudo asociado con la cobardía — parece una alusión a la imposibilidad de que un personaje imponente como Magallanes sea asesinado por los pueblos indígenas que viven en una tierra lejana.

En cambio, en Filipinas, la llegada de Magallanes al país se presenta como la llegada de un intruso. Su historia comienza a su llegada y rápidamente termina en su muerte a manos de un guerrero local. El hecho de que los filipinos resalten este hecho es un recordatorio constante de su victoria insólita contra la España colonial y está arraigado, por supuesto, en el nacionalismo que, a su vez, ha sido moldeado en gran medida por la experiencia colonial de los filipinos. Á diferencia de América Latina, encontrar en Filipinas un monumento público de una figura histórica, política y no religiosa con rasgos caucásicos es poco frecuente. Los filipinos están muy orgullosos del hecho de que Magallanes fue asesinado en Filipinas. No se celebra la muerte de Magallanes, sino la resistencia de los filipinos a través de Lapulapu. Lapulapu el héroe y Magallanes el villano, esta es una historia que cualquier niño filipino puede contar de memoria.

La diferencia en la narración de una única historia pone de manifiesto lo que ambos países deben tener en cuenta al celebrar el encuentro entre españoles y filipinos en 1521. Se trata de una historia que, al llegar a los 500 años, tiene una serie de iteraciones, pero de las que se deberían reconciliar las dos principales, es decir, las narradas por los españoles y los filipinos, respectivamente.

Desde la perspectiva filipina, es importante recordar elementos cruciales en esta historia que a menudo se han pasado por alto por historiadores occidentales en los últimos 500 años. Cuando Magallanes llegó al archipiélago, la isla de Luzón hasta el norte de Cebú ya era hogar para las sociedades locales durante casi 17.000 años. Varios Datos en Cebú que trabajaron con los europeos operaban claramente en su propia red — de relaciones comerciales y familiares — que les permitió interactuar con Magallanes y su tripulación con confianza. Del siglo X al XIII, el archipiélago acogió a sociedades que eran capaces de cultivar el talento de los orfebres que elaboraban a mano joyas, insignias y otros artefactos hechos de oro.

Estos descubrimientos recientes de una antigüedad precolonial en un país cuyo clima y geografía sísmica a menudo no permiten la preservación de artefactos y arquitectura, evocan el pasado precolonial que los filipinos buscan continuamente como base para una identidad nacional libre de colonialismo.

Por esta razón, los nacionalistas filipinos se enojan cuando los occidentales se refieren a la llegada de Magallanes como el “descubrimiento de Filipinas”. Esta fraseología falaz y parcial se ha repetido tantas veces en los libros de texto de historia que se necesitarán varias generaciones para suprimir ese lenguaje en los materiales educativos, pero también, de manera crucial, la mentalidad nacional que esta presentación de acontecimientos ayudó a moldear.

Tal vez no haya otras pruebas más sólidas de la fuerza de la identidad precolonial que en la existencia y el uso ininterrumpido de las lenguas de Filipinas.

Al contrario de América Latina, Filipinas nunca ha sido un país completamente hispanohablante. Quizás, este es otro hecho que hace al país diferente del resto de las antiguas colonias de España. Á la gente le gusta decir que España nunca realmente enseñó español a los nativos, pero esto solo puede ser cierto en parte.

Curiosamente, Pigafetta escribió un vocabulario de los idiomas butuanon y cebuano, con la mayoría de las palabras aun ampliamente utilizadas hasta el día de hoy por hablantes nativos de ese idioma. El hecho es que, después de 333 años bajo dominio español y casi 30 años de mandato estadounidense, Filipinas aún puede dar cuenta de más de 175 de sus idiomas. Por lo tanto, se puede argumentar que el español no se convirtió en una lengua franca porque de la misma manera que el tagalo no se habla extensamente fuera de Luzón y en partes de Mindanao dominadas por los colonos tagalos, los idiomas locales fueron más que suficientes para comunicarse entre sí de manera eficaz.

Filipinas es un país que tuvo diferentes conquistadores y políticas con el paso del tiempo, pero lo que permanece constante a lo largo de todo son sus idiomas locales. Cabe destacar que Filipinas solo ha sido independiente durante 120 años, en comparación con los 333 años de mandato español del 1521 al 1898. Hay tanto en la psique filipina, el idioma y las tradiciones provenientes de España y de los que los filipinos están poco conscientes ya que se han afianzado de manera irrevocable en el estilo de vida filipino. También es difícil hablar de la relación hispano-filipina sin mencionar el catolicismo, que fue abrazado con entusiasmo por los filipinos mucho más que el idioma español.

Los lazos de 500 años que unen Filipinas y España son largos, duraderos, prósperos y complejos.

A medida que España y Filipinas celebran los 500 años de su primer encuentro, es importante hacer un balance de los aspectos que definen esta relación y encontrar relevancia y significado común de este momento crucial y decisivo en la historia mundial. Comprender las razones detrás de ciertas narrativas mediante una visión pragmática de la historia seguramente permitirá que ambas partes aprendan más entre sí, y de ahí, sigan desarrollando las relaciones bilaterales y personales con visión de futuro pero con pleno reconocimiento del pasado.


Una versión de este artículo apareció por primera vez en la Revista Diplomacia en octubre de 2018.

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